Bardo

No me gustó la película “Bardo” de Alejandro González Iñarritú. La mejor crítica está dentro de la película misma:

“Me parece un ejercicio pretencioso e innecesariamente onírico. Lo onírico solo oculta una mediocridad en tu escritura. Una sumatoria de escenas carentes de sentido, que no sabía si morirme de hueva, jetearme o cargarme de risa, cabrón. Todo está dicho en metáfora, pero sin inspiración poética.”

El personaje que increpa al “periodista” y documentalista que vuelve al país le reclama que es como si se hubiera robado el documental de alguna parte, como si fuera un plagio mal encubierto. Luego el personaje autobiografiado que le da “hueva” hablar sobre su vida, le dice unas cuantas verdades al periodista que lo critica. Que tiene certezas tan sólidas como sus aserciones periodísticas, tan limitadas como su inteligencia crítica, mediocres como sus aptitudes artísticas, le critica su nacionalismo chato, provinciano y patriotero. También lo critica por estar al servicio de la humillación pública y del linchamiento digital. Que uno se vendió a las televisoras mientras el otro se mantuvo incólume, intocado, puro como priista purificado por la afiliación a Morena. El otro es vulgar, resentido, además, orgulloso de serlo, impostor, mendigo de las redes sociales, que va por la vida con guaruras, que es amigo del Presidente y de las ideologías, de las idioteces de moda, etcétera. Quien critica es un auténtico fundamentalista que ha abrazado la religión verdadera. No hay peor reclamo que el de una puta redimida. Inmediatamente después, como niño chiquito, le dice no oigo nada, tengo orejas de pescado y lo pone en “mute” mientras el criticado aparentemente le devuelve una sarta de insultos que no escuchamos porque está en silencio, pero el documentalista persiste en su actitud infantil de las orejas de pescado y el personaje se retira. ¿Qué sentido tuvo? ¿Estaba hablando de los “influencers” o de sí mismo?