Tuve oportunidad de visitar el Museo de la Migración Japonesa en el Extranjero, ubicado en el segundo piso de JICA Yokohama, en Minato Mirai. Me llamó la atención que gran parte de la exposición estuviera centrada en la migración hacia Estados Unidos y Hawái; en menor medida, sobre Brasil, y muy poco sobre el caso de México.
De la prefectura de Yamaguchi —de donde proviene mi familia— emigraron 57,837 personas, una cifra modesta comparada con los más de 109 mil migrantes originarios de Hiroshima. Ahora bien, esos números engloban a todos los países de destino, y es claro que a México llegó un número mucho menor que a Brasil o Perú. De hecho, en Yamaguchi existían asociaciones de amistad con Brasil y Perú, pero no con México.
Algo que me intrigó, y sobre lo cual me gustaría saber más, es que después de la Segunda Guerra Mundial, Japón enfrentó una escasez generalizada de alimentos y utensilios. El museo señala que los japoneses residentes en América del Norte, Central y del Sur colaboraron para paliar esa situación. ¿Cuántos de ellos vivían en México? ¿Qué organizaciones participaron en ese esfuerzo?
La exposición muestra las distintas actividades económicas en las que se involucraron los migrantes japoneses: el cultivo de café, algodón y otros productos agrícolas, la pesca, la minería, así como el comercio, que fue precisamente la ocupación de mi familia. También retrata la vida cotidiana de los migrantes en aquellos años. Como descendiente de tercera generación, me sorprende la persistencia de la cultura japonesa a lo largo del tiempo, incluso en contextos adversos como el que se vivió en Estados Unidos antes de la guerra.
Me pareció que el museo representa de manera cuidadosa las actividades y festividades que las comunidades japonesas mantienen en el extranjero. Aunque el espacio no es muy grande, se percibe un esfuerzo genuino por narrar esta parte de la historia. El museo está dedicado a todos aquellos japoneses que ayudaron a construir civilizaciones en las Américas.