Caldo gordo

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Claudia Sheinbaum le ha hecho el caldo gordo al gobierno de Trump. En repetidas ocasiones declaró que, de ser necesario, convocaría movilizaciones en contra de la imposición de impuestos a las remesas. La declaración no pasó desapercibida en Washington. Desde la Oficina Oval, Kristi Noem —actual secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos— acusó a Sheinbaum de incitar deliberadamente a la protesta social. La respuesta de la presidenta mexicana fue un juego de evasivas: primero negó haber dicho lo que claramente dijo, después argumentó que sus palabras habían sido tergiversadas, y finalmente culpó a la oposición del malentendido.

Las manifestaciones estallaron tras las redadas contra inmigrantes indocumentados en el centro de Los Ángeles. En los noticiarios circularon imágenes impactantes: un motociclista daba vueltas alrededor de un coche incendiado mientras ondeaba la bandera mexicana; en otra escena, alguien se alzaba sobre un automóvil destrozado blandiendo otra bandera tricolor. Muchos medios llamaron la atención sobre la peculiar uniformidad de las banderas: del mismo tamaño, en aparente estado nuevo, como si provinieran de un mismo proveedor. En otro video, se observa a una persona repartiendo máscaras antigás de sesenta dólares cada una. Pronto surgió la pregunta inevitable: ¿quién financia este movimiento? ¿A quién convienen estas protestas?

Ricardo Pascoe ha sido enfático: lo que estamos presenciando es la construcción de una narrativa. No se ataca a una nación de la noche a la mañana; se necesita una causa, un pretexto legitimador. Sinclair Lewis, en It Can’t Happen Here, anticipó que un personaje como Trump podría alcanzar la presidencia y terminar declarando la guerra a México. No fue un secreto que, durante su campaña, Trump prometió combatir frontalmente a los cárteles mexicanos. Incluso, se discutió el tema en una llamada con Sheinbaum, quien cerró la puerta a cualquier cooperación militar en ese sentido.

Cabe destacar que estas protestas ocurren en medio de la contienda feroz entre republicanos y demócratas. Trump, excediendo claramente sus atribuciones, ordenó el despliegue de la Guardia Nacional —y hasta de los Marines— en Los Ángeles. Los demócratas, por supuesto, impugnaron dichas órdenes, señalando su carácter ilegal.

Hasta hace poco, Sheinbaum había abusado del discurso nacionalista en defensa de los mexicanos que residen ilegalmente en Estados Unidos. Pero, de forma poco elegante, ha empezado a comprender que las palabras —especialmente en política exterior— tienen consecuencias. Ya no puede, como hacía su antecesor, lanzar bravatas sin pagar un costo. Hoy, la retórica deja de ser un juego: se ha convertido en una trampa.