Guerra psicológica

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La guerra psicológica, para quien aún no la haya googleado, es ese arte sutil (o no tanto) mediante el cual una potencia trata de doblarle el brazo al enemigo, ya sea con diplomacia disfrazada de amenaza, o con amenazas disfrazadas de diplomacia. No importa si las demandas son justas o injustas. El punto es que se cumplan. Y en esa lógica, la relación entre Estados Unidos y México está lejos de vivir sus mejores días: huele más a sala de interrogatorio que a salón de tratados.

El guion parece sacado de una mala serie policiaca: Trump se pone el sombrero de “policía bueno” —sí, el mismo que pedía un muro y llamaba violadores a los mexicanos—, y su secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, hace el papel de “policía mala”. Ayer, con gesto firme y voz marcial, Noem compareció ante el Congreso y dejó claro que Estados Unidos no se dejará intimidar por India, Rusia, China y, cómo no, México. Cualquier país que intente matar estadounidenses a balazos o a dosis de opioides será tratado como enemigo. Nada como un buen libreto para mantener viva la narrativa de la amenaza externa.

Noem ya había señalado que Claudia Sheinbaum estaba detrás de las protestas en Los Ángeles. Lo dijo sin rubor y nada menos que en la Oficina Oval, frente a Trump, quien, en modo zen, se deshizo en elogios para la presidenta mexicana. Él, tan cordial; ella, tan peligrosa. Una dicotomía digna de premio Emmy.

Pero el show no se detiene ahí. Ayer mismo, FinCEN —esa agencia del Departamento del Tesoro con nombre de villano de cómic— anunció sanciones contra CI Banco, Intercam y Vector, por lavar dinero para el Cártel Jalisco Nueva Generación y, antes de eso, para los Beltrán Leyva. Algunos medios lo calificaron como “un misil”. No exageran: cuando FinCEN te apunta, no dispara advertencias. Pascal Beltrán del Río recordó en su cuenta de X que, en 2015 y 2017, dos bancos internacionales fueron fulminados por señalamientos similares: la Banca Privada d’Andorra, por lavar dinero para la mafia rusa y el Cártel de Sinaloa; y el banco letón ABLV, por financiar el programa de misiles de Corea del Norte. Ambos fueron desmantelados. Si la historia sirve de guía, los bancos mexicanos deberían ir comprando cajas para empacar.

Pero la ofensiva va más allá del dinero. El periodista Tim Golden, de ProPublica, publicó el 15 de mayo de 2025 un artículo titulado “Trump Administration Moves to Block the U.S. Travel of Mexican Politicians Who It Says Are Linked to the Drug Trade”. Traducción libre: varios políticos de Morena ya no pueden ni hacer escala en Houston. El caso más sonado es el de Marina del Pilar, gobernadora de Baja California. Como estas decisiones son confidenciales por ley, solo se confirman de una forma: que el político en cuestión intente cruzar y lo manden de regreso con todo y maleta.

Ejemplo reciente: Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, anunció con bombo y platillo que el embajador de Estados Unidos lo visitaría en sus oficinas. Pero —¡oh sorpresa!— la visita fue cancelada a última hora. Según medios varios, Trump le habría retirado la visa al senador por aquellas pintorescas protestas frente a la Torre Trump en 2017, donde pedía que el muro se construyera, pero con las fronteras de 1830. Otra vez, solo lo sabremos si el senador, tan aficionado al turismo parlamentario, intenta cruzar la frontera y lo devuelven sin siquiera sellarle el pasaporte.

Como ya señaló Ricardo Pascoe, lo que Estados Unidos está haciendo no son acciones aisladas: es una narrativa en construcción. Coincido. Y me atrevo a agregar: si la popularidad de Trump cae en picada, no dudará en hacer lo que mejor se le da —crear espectáculo—. Un ataque con drones contra objetivos en México señalados como responsables de “envenenar a nuestros hijos” podría ser justo el show que necesita para levantar su rating. Ya lo hizo Netanyahu: antes de enfrentar un voto de confianza en el Knéset, bombardeó Irán. ¿Por qué no Trump atacando a los narcos mexicanos para salvar su pellejo?

En el fondo, todo esto huele a lo mismo de siempre: la política exterior como extensión de la campaña electoral. Pero esta vez, con más cinismo, mejor producción, y sí, con drones incluidos.