Yurei 幽霊

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Ayer fui al cine Morelos para ver el documental titulado “Yurei”, dirigido por Sumie García Hirata. Desde 2018, cuando se colocó la placa conmemorativa que reconoce que personas de origen japonés habitaron en ese lugar durante la Segunda Guerra Mundial, ha surgido una gran controversia sobre si realmente era un campo de concentración.

Aunque no existe una definición legal única para un campo de concentración, generalmente se entiende como un lugar donde grandes grupos de personas, en su mayoría civiles, son detenidos y confinados bajo condiciones extremadamente duras, por razones políticas, étnicas o de seguridad, sin juicio ni debido proceso legal.

Es innegable que el concepto de “campo de concentración” provoca un gran impacto en quienes lo escuchan. Sin embargo, hay argumentos tanto a favor como en contra de calificar este sitio de esa manera. Por un lado, las personas que fueron enviadas a este lugar lo fueron porque no tenían otro sitio donde quedarse. Si aceptamos que la pobreza puede equipararse a una prisión, entonces sí podría considerarse un campo de concentración. Mis abuelos, por ejemplo, fueron obligados a trasladarse a la Ciudad de México, pero una vez allí eran libres de moverse. En Temixco, por otro lado, las condiciones dificultaban la movilidad; los niños asistían a la escuela local y sus padres incluso contribuyeron a construir las bancas para facilitar su educación. Solo había un policía en el lugar, de apellido Cházaro, y el doctor Hiromoto frecuentemente escapaba para atender las necesidades médicas de los pobladores.

En el documental, el actual propietario de la hacienda menciona que la compró a los Matsumoto y a los Sekiguchi. Se sabe que el Comité de Ayuda Mutua adquirió la propiedad con el propósito de dar refugio a personas que no tenían otro lugar donde ir. También se menciona que el rancho El Batán de los Matsumoto fue ocupado con el mismo fin, pero, ¿por qué ese lugar no es considerado un campo de concentración?

Si nos atenemos a la definición, se habla de condiciones extremadamente duras, y ciertamente lo eran, como habitar en un ingenio azucarero en aquella época. Sí hubo abusos, pero estos ocurrieron dentro del mismo grupo; algunos se quejaban de trabajos forzados o, mejor dicho, mal pagados, lo que generó una situación de explotación. No sabemos si en beneficio de unos pocos o por el bien de la comunidad en su conjunto.

El documental también menciona el Fuerte de Perote como una cárcel para espías. En realidad, era un centro de detención migratorio donde fueron enviados, entre otros, los tripulantes de un barco italiano que fue capturado, junto con alemanes y japoneses. Aquellos que protestaban por las condiciones en Temixco fueron enviados allí como castigo, pero a los pocos días rogaban por ser devueltos. Un testimonio de un japonés que estuvo allí relata que no hacían más que jugar ajedrez y damas chinas; incluso aprendió a hablar italiano y alemán. Entonces, hay dos versiones de cada historia, o como dice Toru Ebisawa en el documental: ‘cada quien habla de cómo le fue en la feria’.