Donald Trump se autoproclama el mejor negociador del planeta, pero si uno observa con atención, más bien se comporta como el típico bully del recreo. Ese niño que no discute ni razona, simplemente te quita el sándwich o el dinero del lunch porque puede. Su lógica es sencilla (y errada): “los demás países se han aprovechado de Estados Unidos durante años, y ahora es hora de que nos devuelvan lo que es nuestro”.
Según él, los déficits comerciales son como regalarle plata a otros países. Pero eso no es así. Como bien señala el economista Christopher Clarke, los déficits comerciales no son un hueco por donde se escapa el dinero. Al contrario: cada dólar que sale por importaciones vuelve en forma de inversión. Es decir, ese “déficit” financia fábricas, tecnología, empleo. Pero Trump no ve eso. Él ve pérdida.
Para Trump, si China le vende mucho a Estados Unidos y le compra poco, entonces le está “robando”. Así que su solución fue imponer aranceles: hacer que esos productos chinos entren más caros al mercado estadounidense, esperando que así los americanos compren menos.
El problema es que esta táctica, además de simplista, es como dispararse en el pie… con un lanzacohetes.
Uno de los efectos colaterales más serios es el riesgo de que los países dejen de usar el dólar para el comercio internacional. Hasta ahora, Estados Unidos imprimía dólares y todos los aceptaban, lo que le daba una ventaja única: podía inyectar liquidez sin sufrir mucho. Era como el niño que ponía la pelota con la que todos jugaban en el recreo.
Pero ¿qué pasa si ese niño se adueña de la pelota y no deja jugar a nadie más? Pues los demás se buscan otra pelota. Traducido: si EE.UU. impone barreras al comercio, los países ya no necesitarán tantos dólares y buscarán otra moneda para comerciar. Justo lo que Trump no quiere.
En plena guerra comercial, Trump impuso aranceles a China de hasta 34%, luego otros 20%, y amenazó con 50% más. China respondió no solo con aranceles propios, sino también reduciendo poco a poco su tenencia de bonos del Tesoro de EE.UU. Hoy, Japón es el mayor poseedor de esos bonos, pero China ya se ha aliado con Corea y con el propio Japón para responderle a EE.UU. en bloque.
¿Qué pasaría si decidieran vender todos esos bonos de golpe? Fácil: los precios de los bonos caerían, las tasas de interés se dispararían y la economía estadounidense sufriría. Ley básica de oferta y demanda: si hay demasiados bonos en venta, bajan de precio, y para hacerlos atractivos, hay que ofrecer más interés. Además, si el gobierno quiere recomprarlos, tendría que inyectar dólares al mercado, lo cual provoca inflación. Y eso complica aún más las cosas.
De hecho, algunos analistas dicen que Trump está arruinando la economía intencionalmente para que la Reserva Federal baje las tasas de interés. Suena conspiranoico, pero viendo el caos, no parece tan descabellado.
Al final del día, los aranceles de Trump no castigan a China. Castigan a los consumidores estadounidenses. Los productos importados suben de precio, y las empresas que los traen simplemente trasladan el costo al cliente final. Eso se llama inflación. En términos simples: con tus mismos dólares, compras menos. Eso significa un nivel de vida más bajo. Estados Unidos se empobrece. No solo porque vende menos al mundo, sino porque además aleja al mundo del dólar.
Trump disparó al enemigo… y le pegó a su propio equipo. El bullying comercial puede sonar rudo y patriótico en discursos de campaña, pero en la práctica, solo deja a todos con menos con qué jugar. Y eso, para el país que imprime la pelota, es una pésima jugada.